Manu tenía razón. Manu es el hermano de Z, mi niña.
— A vos no te va a gustar —le dice al padre.
— ¿Por qué no?
— Naaaah, vos sos más de tiros. Y con eso dio por zanjada la cuestión en relación al padre.
— Pero a vos sí, mirala.
Y la vimos. Con Z. Termina la película y ella se quedó con esa sensación de "quiero más, adónde está lo que falta contar".
Pero no se puede seguir contando porque Boyhood es eso, una película acerca de crecer. Acerca de esas cosas mínimas y no tanto que nos pasan todo el tiempo. Es la vida sin grandilocuencia. Sin la épica hollywoodense. O sin lo que Hollywood y algunos espectadores creen que es la vida.
Los abonados a todo tipo de series y películas o algunos libros -a veces, no siempre-, tienden a creer que la ficción es una copia fiel de la realidad. Que en las vidas de las personas pasan todo el tiempo o casi eventos que nos ponen a la altura del héroe. O bien son tan trágicos que nos sentimos sobrevivientes emocionales.
Pues es hora de que lo asumamos, la vida no es tan grandilocuente como en las películas. Todos llevamos nuestras mochilas llenas de sueños rotos y esperanzas vacías. De alegrías totales y otras incompletas. De felicidades truncadas y de la sospecha de que la felicidad es un camino. Todos crecemos y crecer es más o menos doloroso de acuerdo a los recursos que supimos construir y que serán tanto más creativos, honestos y sanos como lo que nuestros padres nos hayan podido transmitir de acuerdo a su conocimiento, presencia y constancia. Y el amor se cuela por cada intersticio de ese crecimiento. De manera evidente o no. Pero se cuela.
Y en ese sentido, todos y cada uno de nosotros somos sobrevientes emocionales. Somos los hérores de nuestra propia historia. Porque hemos sido también el villano. Porque lo estamos siendo y no entendemos qué nos pasa. Porque a los cinco minutos la maldad, la crueldad, la desidia se topa de frente con un propio cuestionamiento que nos hace temblar y preguntarnos ¿quién soy? ¿adónde voy? ¿qué quiero? Son preguntas que se repiten todo el tiempo a lo largo de nuestra vida. Cuando somos adolescentes son centrales y desatan la angustia y la ira. El dolor siempre busca una salida y esa salida casi siempre estalla en el lugar y momento menos oportuno.
Pero muchos adultos tenemos esas preguntas guardadas en una caja cerrada con mil candados. Por eso Boyhood termina en el momento en que termina. Porque seguimos creciendo.
Y en todo caso, volviendo a eso de la cosa épica, me quedo con algo que dijo Auggie, el personaje principal de "La lección de August":
©Alejandra Gómez Joaristi
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